Error no empieza por T, se escribe con tres R
Sendoa Gómez Guerra, Pedagogo y Coach Emocional
Lo cierto es que entre error y terror solo hay una letra
de diferencia, y que sus definiciones no tienen nada que ver, pero son
conceptos que tenemos muy asociados en nuestra sociedad. El error es la más valiosa herramienta para el
aprendizaje del ser humano.
A
lo largo de mi vida, siempre me he considerado una persona muy exigente con mis
resultados. Me he repetido a mi mismo frases como: “hazlo a la primera o verás
las consecuencias”, “no puedes fallar”, “los mejores siempre aciertan, no te
equivoques”. Y la verdad es que en algunos momentos esto me ha servido para
motivarme y lograr cosas muy satisfactorias, pero en otras ocasiones ha sido un
lastre, o una carga poco beneficiosa, que no me permitía avanzar. Siempre he
pensado que este tipo de frases eran positivas, y tengo claro que: “cuando
piensas que vas a conseguir algo, finalmente lo consigues”. Aunque la forma de
decirme las cosas se parecen mucho en mi cabeza, los mensajes “no me voy a
equivocar” y “lo voy a lograr”, tienen resultados muy diferentes. Después de
muchos años, de tener y no tener éxito, de castigarme y complacerme mentalmente
cada vez que cometía un error o lograba algo, puedo decir sin ninguna duda que
he estado muy equivocado todo este tiempo con respecto a mi forma de entender
el error. Y hoy reconozco mi incompetencia, mi fallo y, por qué no decirlo, mi
disparate mental al llevar toda mi vida pensando que error empieza por T.
El error no goza de buena fama, y nos genera una injusta fobia a equivocarnos. Cuando nos equivocamos, nuestro sistema límbico nos informa con emociones como el miedo, la vergüenza, el enfado, la culpa... Nos retraemos, agachamos la cabeza y esperamos que el momento pase lo más rápido posible, para que nadie se de cuenta. En la niñez, oímos el reproche de la madre o el padre antes de que nazca de sus bocas, vemos al profesor/a agitando de un lado a otro el dedo índice de su mano, expresando su desaprobación ante nuestros fallos antes incluso de oír su voz. Sentimos el terror sobre nuestro cuerpo, antes de poder saber en qué, dónde, cómo o cuándo hemos errado. Esperamos el castigo o la reprimenda y, aunque es bien oída la frase “aprende de tus errores”, yo me pregunto qué puedo aprender de ellos, pues nadie me ha explica ni enseñado de forma alguna, cómo podemos aprender de los fallos. Una cosa si que he aprendido: si me avergüenzan, me humillan o me castigan por el error, aprenderé que equivocarse es sancionado, que decir “no sé” es reprendido, y, en consecuencia, desarrollaré actitudes que limitarán mi libertad y el resto de mis aprendizajes. No desearé participar y ocultaré mi ignorancia, me volveré arrogante y defensivo, hipócrita y soberbio para ocultar mi ignorancia, mi temor o mi falta de acierto, porque equivocarme será sinónimo de debilidad.
La vida de todas las personas es
una constante prueba y error, donde el premio gordo lo obtiene quien más
aprende de sus errores. Quien tropieza tres veces consecutivas con la misma
piedra, en lugar de maldecirla, debería fijarse en cómo anda. Esa es la lección
que he aprendido.
El error es la más valiosa
herramienta para el aprendizaje del ser humano. Y después de tantos años de no
querer equivocarme, debo reconocer que estaba equivocado, que todos necesitamos
darnos permiso para fracasar. Que aprendemos de los errores mucho más que de los éxitos. Que los errores son útiles, y nos
abren la posibilidad de aprender y reconocer que hay otras maneras. Nos traen
una información muy valiosa que no podemos penalizar. Los errores nos pueden
limitar , y nos pueden expandir. Los errores que no son escuchados tienden a
repetirse, porque cuando no aprendes nada de tus fracasos o de simples fallos,
estas condenado a volver a hacer lo mismo. No hay mejor forma de aprender que
experimentando y equivocándote, reconociendo tu error y reorganizando tus ideas
para dar otra respuesta. Y yo pensando toda la vida que cometer errores es de
tontos, vagos y fracasados. Que desacertado por mi parte,... ahora que conozco
las bondades del error. Sigo pensando en ser exigente con uno mismo y en
lanzarme mensajes de superación y motivación, pero ahora me los digo siempre en
positivo, “Sí, lo voy a lograr”, “Sí, me
puedo equivocar” y, por supuesto, he aprendido las tres R que me llevan a
aprender de mis errores. Reconocerlo, Responsabilizarme y Reinventarme
(Basado en las tres R de M. Gandhi.)
Reconocerlo. Cada fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro
sitio. Saber que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña
que debemos prestar atención y aprender.
Responsabilizarme. Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de
nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada error
asumido nos recuerda que lo que nos sucede depende de nosotros.
Reinventarme. La conciencia del error, de que algo no funciona, es el germen de
la reinvención. Y nos da la oportunidad de seguir probando nuevas estrategias.
Reorganizar mi pensamiento, reestructurar mis acciones y re-evolucionar.
Oso, oso ona. Benetako. (Muy, muy bueno. De verdad)
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